Translate

miércoles, 25 de julio de 2012

La abadía de Northanger, uno de Jane Austen

¿Alguien echaba en falta los libros por estos lares?
No es que haya abandonado mi pasión por la lectura... ¡Jamás! Es solo que llevaba un tiempo de capa caída, no lograba encontrar ningún libro que realmente me enganchase, ningún género en concreto se me antojaba. Empecé multitud de libros que ahora aguardan en las estanterías el día que vuelva a cogerlos para terminar de leer sus entrañas (que ya me pasó en su momento con El cuento número 13, que lo empecé, lo abandoné en el segundo capítulo o antes, y dos años después lo rescaté, lo retomé, me enganché y lo terminé). Y claro, no iba a hablar de mis lecturas inconclusas. Pero al fin tras la larga espera, puedo regresar para hacer una entrada sobre el último libro que he leído, de Jane Austen nada menos, ¿eh? Que tengo algunas amistades que me golpearían por engancharme a ello tras abandonar otros libros. Y es que hace uno o dos años me hice con la colección completa de sus novelas, y me da por leerlas en verano.
Este año ha caído La abadía de Northanger, que además, como tantas otras obras de la escritora, cuenta con película que no he visto.

"¡La abadía de Northanger! Lo emocionante de aquellas palabras llevó los sentimientos de Catherine al máximo arrobo. Agradecida y satisfecha, apenas podía expresarse en los límites de un lenguajes tolerablemente sosegado. ¡Recibir una invitación tan halagadora! ¡Saber que su presencia era tan encarecidamente solicitada! Todo lo que podía existir en el mundo de honorable y tranquilizador, todas las venturas presentes y toda esperanza futura, se contenían en aquel ofrecimiento..."


Para empezar, decir que Catherine, la protagonista, puede resultar, de tan buena e ingenua, tonta, pero es típico de las heroínas de su época, así que no se lo tengáis muy en cuenta. Además, yo al menos, no puede evitar simpatizar con ella en cuanto se empezó a hacer notar su pasión por las novelas con tintes desde románticos hasta terroríficos, y sus consecuentes arranques de imaginación, que la dejan en más de un apuro... Cosa inevitable teniendo en cuenta que hay momentos de la historia en los que uno podría abrir los ojos como platos ante la posibilidad de hallarse ante una novela de Jane Austen con tintes de novela gótica, cosa que al final se queda en más bien una especie de broma o sátira por parte de la autora. Luego tenemos también a los típicos personajes que quién no desearía estrangularlos o empujarlos por el borde de un precipicio cuando menos, ¿qué adolescente no ha tenido alguna amiga/o que ha resultado no ser tan amiga/o?¿O ha conocido a algún tipo insufrible al estilo de John Thorpe? Por no hablar del héroe masculino y su forma de tomarle el pelo a la protagonista, que me ha gustado bastante más que otros de los caballeros de Jane Austen.
Y bueno, eso es todo por hoy...

viernes, 20 de julio de 2012

Solo temores infantiles...

Clara siempre fue una joven con mucha imaginación. Con siete años, su madre no podía evitar preguntarse , en tono preocupado, cuándo dejaría su hija de hablar de amigos imaginarios. ¿Estaba siendo exagerada, o eran temores bien fundados? ¿A qué edad se consideraba adecuado que una niña dejase atrás los mundos de fantasía para comenzar a interesarse por temas más reales de su entorno? A ver, con siete años, tampoco pedía que su hija se pusiese hablar de temas políticos ni de las atrocidades del ser humando hacia sus semejantes, pero, ¿era correcto permitir que se metiese en su cama cada vez que aparecía en su dormitorio a media noche sollozando y diciendo que temía cosas que aseguraba se movían entre las sombras de su cuarto?
Ciertamente, la mayoría hemos tenido temores nocturnos de ese tipo en nuestra niñez pero, como madre, la de Clara tampoco quería ser causa de que dichas fantasías escabrosas se perpetuasen por no saber contarlas de raíz...
Pero no todo era malo. Aunque sus padres apenas se molestasen en fingir interés acerca de las anécdotas sobre sus amigos imaginarios, a sus amigos del colegio les encantaban. 
Guau, ojalá también ellos tuviesen amigos imaginarios. ¿Podían ver al suyo? No, por supuesto que no, aunque no porque ella no quisiese... Oh, pero podía describírselo y hablar con él de su parte, podían jugar todos juntos aunque no lo vieses... Bueno, más bien "con ella" y "la viesen", porque la invisible amistad de Clara era de género femenino. Oh, se maravillaba su profesora, que ya imaginaba estar alentando en su prometedor futuro a una escritora en ciernes, ¿se trataba de una niña como ella? Que va, que va, la corregía, su amiga, aunque joven, era mayor, y muy guapa, aunque siempre llevaba el rostro cubierto por un fino velo de encaje blanco que apenas dejaba adivinar unos rasgos suaves. Pero, por supuesto, ese velo no era más que otra consecuencia de su belleza, algo que debía llevar para minimizar el acoso de los pretendientes. Su propio padre la instaba a llevarlo, decía que era indecente para una joven ser perseguida por tantos hombres. Aunque Clara no tenía ni idea de lo que era ser indecente... Oh, ¿su amiga imaginaria tenía papá? Era la observación de la profesora, que ni se molestaba en explicarle el significado de la palabra "indecente", ni se paraba a pensar en lo chocante de que la usase un ser de su inventiva sin que siquiera supiese lo que significaba... Y se limitaba a sonreír y volver a maravillarse ante la imaginación de su alumna y la perspectiva de estar alentando a una escritora en ciernes.
Ah... Pero su amiga imaginaria no siempre era tan divertida, a veces la asustaba... Después de todo, podía ser de lo más inquietante tener a una joven de traje antiguo y con el rostro cubierto por un velo mirándote desde las sombras de tu habitación toda la noche. Por eso Clara le solía dejar la puerta abierta, había descubierto que así su amiga se dedicaba a entrar y salir, y con eso, y la compañía de un peluche al que abrazar, le bastaba para poder conciliar el sueño.
Pero otro gallo cantaba cuando iban de visita al pueblo...
Qué manía tenía su abuela con cerrarle la puerta del dormitorio. Aunque allí casi lo prefería. Su habitación se hallaba en la planta superior de la casa del pueblo, justo a la derecha de la escalera, y a la izquierda de ésta, se hallaba la puerta que daba a las pocas y toscas escaleras que llevaban a desván. Qué poco le gustaba aquél sitio... Incluso de día, subir al desván la ponía nerviosa, pero por la noches... Quita, quita, prefería la puerta cerrada a la terrible sensación de que, estando abierta, en cualquier momento se abriría también la de las izquierda de las escalera y algo podría salir de ahí para entrar a su cuarto.
Abrazó con más fuerza su viejo osito de peluche amarillo y dejó que las sábanas y mantas la cubriesen por completo, impidiéndole ver cualquier otra oscuridad que no estuviese bajo ellas. Pero ah... de qué poco le sirvió eso cuando oyó el "clink" de la puerta al abrirse. Su abuela siempre se quejaba de lo mal que se cerraban esa vieja puerta, que constantemente se empecinaba en abrirse sola por las noches cuando ella no hacía más que cerrarla. Pero a Clara no le hacía falta sacar la nariz de debajo de las sábanas para ver a su amiga imaginaria junto a la puerta entreabierta, asomando al pasillo y con la mano en el picaporte... No le gustaba nada cuando hacía aquellas cosas, y prefería consolarse pensando que si miraba hacia el pasillo era para vigilar que nada malo entrase, protegiéndola. Pero cuando se aventuró a sacar la cabeza de debajo de las sábanas, se topó con la joven imaginaria mirándola desde la puerta completamente abierta, y se sorprendió cuando comenzó a hacerle gestos de ir, precisamente, hacia la puerta del desván. ¿Se había vuelto loca? Podía perfectamente ver la dichosa puerta entreabierta, y no le gustaba un pelo la sensación que le producía... La joven le hizo gestos más apremiantes, y la niña sacudió enérgicamente la cabeza. No, no y no, se negaba en rotundo. La joven se acercó a la cama e hizo amago de desprenderla por completo del escudo de telas que le proporcionaba la cama, Clara agarró fuertemente las sábanas y mantas, frunciendo el ceño en gesto de tozudez, pero sin que el miedo dejase ser ser visible en sus ojos. Se negaba en rotundo, ni loca iría al desván de noche, todo el mundo le había explicado que los amigos imaginarios eran eso, imaginarios, y que por eso carecían de voluntad propia y servían solo a su la imaginación de sus creadores, no podía obligarla a salir ni hacerle daño. La joven pareció ceder al fin, y le lanzó una mirada llena de resentimiento. Clara sintió algo de remordimiento y se disculpó mentalmente, con ese lenguaje que solo puede existir entre un niño y su amigo invisible, pero no podía hacerlo, tenía que entenderlo... y la joven se fue.
Y debió de ser que Clara había escarmentado ya de amigos imaginarios, pensaron sus padres, pues no volvió a hablarles de la suya nunca más. 
Creció y le llegó la adolescencia, aunque nunca le gustó demasiado la oscuridad. Explicaba a quién quisiese escucharla que siempre había sido, desde pequeña, alguien con una imaginación desbordante, y que a veces le jugaba malas pasadas. Sobre todo en la noche, cuando todas las sombras de su cuarto parecían tornarse en criaturas o escondites perfectos para estas, y le parecía contemplar a un ser esbelto, espectral, vestido de encaje blanco de pies a cabeza, rostro cubierto incluido, que la observaba desde cualquier esquina del dormitorio mientras otras cosas más deformes, como masa de sombras, se desplazaban arrastrándose por paredes y techo hacia ella, pero sin llegar nunca a tocarla... Aunque mira tú, jajaja, que a veces le daba la impresión de que cada día estaban más cerca... Qué cosas hace la imaginación... 
Y un día la cama de Clara amaneció vacía.
Sus padres salieron en las noticias, televisión, periódicos, etc, todos interesados en qué clase de secuestrado o psicópata podría haberse llevado a la adolescente en mitad de la noche sin que nadie lo advirtiese. Los padres lloraban desconsolados pidiendo su retorno, cosa que, por supuesto, jamás sucedió. Todos hablaron, hasta que se cansaron y cayó en el olvido, de lo triste de su desaparición, de lo buena chica que era y la asombrosa imaginación que había tenido siempre.
Nada más, solo otro caso más que alguna madre como la de Eva contemplaría en las noticias, pensando horrorizada por un momento en cómo se sentiría de estar en el lugar de la de Clara. Pero bueno, en cierto modo, esas cosas sobre todo les pasaban a los adolescentes, que ya se sabía que podían cometer toda clase de locuras...
Su Eva apenas tenía siete años, y una imaginación desbordante. Fíjate, que incluso le hablaba de unas amiga imaginaria... A la madre de Eva le encantaba la idea, porque había oído sobre las ventajas de que un niño expresase su imaginación de esas formas, así que escuchaba sonriente todas las historias que su hija de contaba sobre su invisible amistad. Siempre parecían pasárselo bien... Bueno, salvo algunas noches, que su hija decía que no le gustaba cómo la miraba ni algunas cosas que hacía, pero ya se sabe, es típico de los niños sentirse inseguros en la oscuridad de la noche, sobre todo si ostentaban tanta imaginación como su Eva.
Pero al fin y al cabo eran solo temores infantiles...



domingo, 15 de julio de 2012

Castillo de Loarre

Pues... eso, he cambiado los tonos rojos por azules (que de paso casan más con los que azules y morados que ya había...), ¿qué os parece? También he cambiado la cabecera del blog... (sí, he estado otra vez jugando con Paint, algún día mejoraré y ascenderé algún peldaño, pero hasta entonces, es lo que hay).

Y bueno, luego esta el castillo de Loarre... (sí, cambio brusco de tema) que es uno de mis lugares favoritos hasta el momento. Y no es que no haya visto más castillos (sin salir de España por el momento, así que no puedo decir que mi visión vaya muy lejos, pero es lo que hay) pero no sé, me gusta vagar por él cada vez que tengo oportunidad de ir.
Se trata de un castillo pre-románico de la provincia de Huesca (Aragon, España), construido en lo alto de un mogote rocoso, en bastante buen estado (es decir, que al contrario que otros castillos olvidados por el bolsillo de quienes pueden salvarlos, a este lo han cuidado bien).
Para más información, cuenta con página propia: http://www.castillodeloarre.com/
Y, por supuesto, el motivo principal de la entrada; tratándose de uno de mis lugares predilectos, tengo multitud de fotos, y se me ha ocurrido subir algunas, ya que por lo general no tengo la oportunidad... (cosas de llevar más de un año sin cámara de fotos y dependiendo de las de los demás... Habrá que solucionarlo pronto, que ya va siendo hora).
Ésta foto de Loarre la hice durante una excursión con el instituto, no recuerdo si en el 2008 o en el 2009...

El castillo visto desde la ventanilla del bus conforme nos acercábamos...

Esta foto siempre me ha gustado... desde el interior del castillo.

Esta foto y las que vienen a continuación ya son de este año, realizadas por mi "hermana adoptiva alemana".

Y nos adentramos en las mazmorras... No, es broma, a esta zona aún no se permite el acceso al público.

Y por si alguien lo dudaba... Sí, incluso ahí soy capaz de perderme (demostrado).

¿Quién será la misteriosa joven asomada al balcón del castillo...?

Y aun con todo le faltan cachos considerables... Aunque en cierto modo la partes ruinosas también tienen su encanto...

Y bueno, obviamente tengo muchas más fotos, pero tampoco es cuestión de abusar... Así que esto es todo por hoy, lo lamento a quienes no les haya gustado la entrada (podéis comentar igualmente, ¿eh? La quejas se permiten, y las entradas se ven muy solitarios sin nadie que las comente... Además de darme la impresión de hablar sola, que tampoco es que me resultase especialmente extraño), pero prometo esmerarme más en la próxima entrada, que ya tengo un par de ideas en mente... y, eh, quién sabe, tal vez alguna historia u anécdota interesante... (para quien le interese, claro).

sábado, 7 de julio de 2012

Kirschenmichel, un dulce alemán

Bueno, por ahí abajo, en alguna entrada, mencioné a mi "hermana adoptiva alemana".
Pues se trata, básicamente, de que durante casi medio año compartí dormitorio con una chica alemana que vino a mejorar su español y aprender sobre nuestra cultura y nuestro día a día.
La cuestión es que, en una de esas tardes en que maquinábamos contra el aburrimiento, nos dio por hacer un dulce alemán, así que ella se puso a la tarea de buscar uno y dimos con él: Kirschenmichel, una especie de pastel de pan y cerezas (aunque en esto último nosotras realizamos una pequeña variación...).
Así que aquí os lo traigo, gracias a la traducción que mi "hermana adoptiva alemana" realizó de la receta y las pequeñas correcciones que realicé yo posteriormente para que resultase más sencillo de entender.
Advierto que, aunque tiene un aspecto peculiar (porque, si buscáis en Google Imágenes, veréis que lo tiene de normal), está muy rico.

Ingredientes:
-Un vaso de cerezas en almíbar (o cualquier fruta a mano, nosotras usamos moras en almíbar y fresas naturales).
-210 gr de pan viejo (como el que usarías para hacer torrijas, por ejemplo, que puede ser del día anterior o de hace tres).
-300 ml de leche.
-Mantequilla (para untar el molde, básicamente).
-500 gramos de mantequilla blanda.
-2 huevos.
-60 gr de azúcar
-1 sobrecito de azúcar avainillado (como normalmente viene en botecitos, más o menos calculad una cucharada sopera, aunque, nuevamente, nosotras hicimos una pequeña variación aquí, y a falta de azúcar avainillado, echamos canela).
-2 cucharaditas de levadura (o un sobrecito).
-4 gotas de aceite de almendra (según dónde, puede estar como aroma o esencia de almendra, y no echéis ni una gota más, porque aunque parezca poca cosa, deja un gusto bastante fuerte).
-Pan rallado.


Preparación:
Dejáis las cerezas (o lo que sea que habéis predispuesto) en un colador para que se escurran bien.
Dejáis el pan empaparse con la leche (como quien va a hacer torrijas). Vais untando la fuente del horno, o el molde que vayáis a usar, con la mantequilla y le espolvoreáis pan rallado. Ahora cascáis los huevos, separando las claras de las yemas. Batís las claras a punto de nieve y las yemas se las agregáis al pan empapado en leche. Agregáis también la mantequilla (fundida), el azúcar, el azúcar avainillado (o la canela), la levadura y el aceite de almendra. Vais mezclándolo todo (sin miedo, ya que el pan se va a romper sí o así, y el resultado a de ser una pasta informe de todo revuelto) y agregáis poco a poco las claras batidas a punto de nieve.
Finalmente, los vertéis todo en la fuente del horno/molde escogido y lo dejáis en el horno a 200 ºC durante 30 minutos (el tiempo es relativo, creo que en nuestro caso tuvo que estar un poco más).
Cuando lo saquéis del horno, si os apetece dejarlo más bonito y os a sobrado de la fruta que hayáis usado, podéis decorarlo por encima con ella, o recubrirlo con alguna mermelada o sirope que le quede bien.
Y listo para comer.


                    Aquí nuestro Kirschenmichel antes de meterlo al horno.

                    Aquí nuestro Kirschenmichel recién sacado del horno.

                   Y aquí un trozo cortado de nuestro Kirschenmichel.

Escogimos ésta receta porque era relativamente fácil de hacer (lo relativo viene de batir las claras de huevo, que tuvimos que recurrir a mi madre para que nos lo hiciese), y lo cierto es que nos salió bastante rica. Así que espero con ansias que os animéis a hacerla también y dejéis vuestros comentarios diciendo qué tal os salió.