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miércoles, 31 de agosto de 2011

Nota mental...

... he de recordar hacer una entrada sobre Vocaloid, que llevo tiempo diciéndolo... Pero no ahora. Llamadme vaga pero... en estos momentos lo estoy.
Bueno, para compensar y porque me apetecía publicar una nueva entrada y no se me ocurría excusa alguna... (bueno, sí, pero han quedado en ideas desechadas) os dejo con esto.

Me da que para cuando me decida a hacer la entrada sobre Vocaloid los que se suelen pasar por el blog ya habrán buscado la información... si es que no lo conocen ya...

domingo, 28 de agosto de 2011

Pompas de jabón al viento...

Sopla el viento arrastrando consigo las voces, los sueños y los recuerdos...
Sopla ella con su pompero, atrapando el viento en el interior de frágiles esferas que reflejan colores, los colores de todos esos sueños y recuerdos, como bolas mágicas de cristal.
Algunas explotan al poco de nacer, otras son arrastradas por el viento lejos, lejos... 
Las observa, las anima en silencio con una sonrisa. Sabe que al final todas tienen el mismo destino, pero eso no impide que algunas lleguen lejos, lejos... antes de cumplirlo.
En una puede ver a una niña. La mirada perdida en remotos lugares que nadie más ha podido visitar, en historias que aun están por contar. Su alma llora en un rincón y su sonrisa magullada prefiere esconderse de las miradas. Pero sus sueños vagan libres, la alzan en brazos y la instan a seguirlos.
Ah, en otro puede verse asomada en un balcón. ¡Oh! También está lanzando pompas de jabón al viento. Las contempla partir hacia las olas que rompen contra las rocas a orillas del mar. Mira hacia abajo, espera a que las personas que por allí pasean alcen la vista y contemplen maravillados, como ella, el espectáculo que representan las danzantes burbujas. No lo hacen, pero habrá de gastar medio bote antes de darse por vencida.
¿Y qué es aquello que ve reflejado en aquella? Es otra noche, es otra playa. Pasea, dando vueltas sobre si misma aquí o allá, dejando su marca sobre la fina arena mientras el agua salada lame sus pies descalzos. A decir verdad no es muy amiga de la playa, pero la noche lo hace todo más hermoso. A esas horas tan solo ella y su amiga van más allá de los chiringuitos y se adentran allí. Y la arena se siente mucho mejor cuando la empapa el agua fresca, aunque en el camino de regreso eche pestes contra el picor que produce al secarse la que se le queda adherida.
¡Plop!
Acaba de explotar una pompa ante sus ojos. Apenas acababa de comenzar su trayecto y en ella se dibujaba una sonrisa, una ilusión y un sueño que nunca olvidará... El jabón salpica su cara y humedece sus mejillas... Ah, pero no solo es el jabón...
Pero no pasa nada. En la vida todo se cura y de un sueño roto siempre quedan los fragmentos, quizás no sean lo mismo pero pueden ser igual de bellos y especiales, e incluso reparar la sonrisa.
Prepara su pompero y sopla de nuevo, liberando una nueva nube de pompas. Nuevos y viejos recuerdos, sueños y esperanzas... Nuevas pompas de jabón para representarlos en su brillante superficie... 
Pompas de jabón al viento...

sábado, 27 de agosto de 2011

Otra creación mía...


Érase que se era un país fantástico y delirante en el cual una niña, literalmente, cayó. 
Pero los habitantes de tan extraño lugar ya estaban mucho antes. Y entre ellos había un hadita, si es que se la podía llamar así, sin alas y con su estatura media. Pero bueno, allí todos estaban un poco locos, ¿no? ¡Y no habría de ser ella una excepción!
Se comentaba que era hija de una zarza y un pajarillo en ella atrapado. Había quien veía en ello una explicación para la actitud en ocasiones tan desconfiada del hadita, ¡tal vez creyese que todos pinchaban como su padre!
La hadita disfrutaba siguiendo mariposas y luciérnagas. Sí, siguiéndolas, no cazándolas, pues ella prefería esperar a que fuesen ellas quienes se quedasen a su lado sin redes ni botes de cristal de por medio. ¡Y con el tiempo lo logró!
Pero no quedó ahí satisfecha. Como suele suceder, cuando alcanzamos un sueño enseguida surge uno nuevo. Porque, ¡cuán aburrida sería la vida sin desear algo! No es capricho ni avaricia, es, sencillamente, necesidad. ¡No habría nada sin el deseo de alcanzar algo! Y desear algo nuevo no significa despreciar lo que ya se ha logrado, eso sería de necios y estúpidos, y el hadita sería una loca, ¡pero no una necia ni una estúpida!
Y así fue como el hadita se encaprichó de una criatura con el encanto del niño, la picardía del zorro y el enigma del gato. ¡Ay! Capricho tal vez no fuese la palabra adecuada, pero otra mejor se le quedaba en la garganta. ¡Era una palabra tímida y temerosa! Como siempre más fácil de escribir que de decir. Pero para alguien conformado por las palabras de una historia, ¡hasta lo último era ardua tarea!
Además, la palabra no era la única tímida y temerosa, por mucho que la hadita se esforzase por fingir lo contrario.
¡Ay! Ni la mismísima Reina de Corazones, que en esos tiempos estaba sin casar y aun no había descubierto su vocación de rebanadora de cabezas (de hecho, al hadita incluso le caían bien ella y su corte, ¡estaban todos tan locos!), había sido capaz de resistir los encantos de aquella criatura.
Aunque, lejos de rehuir la compañía del hadita, ¡la criatura incluso había asegurado corresponderla!, la hadita no podía dejar de temer cometer un error que pudiese ahuyentarlo. No hay que olvidar que tenía el enigma del gato, al igual que el encanto del niño y la picardía del zorro, ¡y le gustaba tal cual, sin cambiarle nada!
Y es que, y aunque no es intención de esta narradora entrar en tópicos, lo cierto es que con solo una palabra o un roce que dirigiese hacia ella, el hadita sentía que todo temor era absurdo. Pero era de esperar que también ella pusiese de su parte, ¡a veces las cosas hay que pedirlas! No con palabras, por supuesto, sería más bien como llevar la iniciativa. ¡Y ella lo intentaba! O al menos eso creía, vete a saber, era tan terrible a la hora de expresarse. 
Y es que es tan aterradora la certeza de que alguien tiene tanto poder sobre una. ¡Pero no olvidemos que la hadita estaba loca! Así que en vez de huir como dicta la lógica ante una situación que inspira terror, allí seguía ella. Y lo cierto es que ni se planteaba el huir, ¡estaba loca pero no era tonta! Y de tontos habría sido también huir de algo que da miedo porque resulta nuevo y desconocido, que al fin y al cabo en el fondo era lo que le ocurría al hadita. Nuevo y desconocido nunca han sido sinónimo de malo, por mucha gente que así insista en creerlo, y la hadita encontraba valor en aquella certeza pues...
-¡Bueno, vale ya so cursi!
¡Uy! ¡Lo que me ha dicho¡
-Sí, sí, te lo he dicho. ¿Se puede saber quién te da permiso para ir por ahí contando la vida de otra?
Pero... Pero... ¡Soy la narradora!
-Pues otra historia, ¡cómo si no hubiese más que la mía!
Pero... Pero... ¡No puedes decirme eso! ¡Soy la narradora!
-Sí, y una pésima con una afición terrible por las exclamaciones.
¡Ja! Lo que pasa es que te molesta porque sabes que lo que he dicho es la verdad. 
-Quizás, pero eso a nadie le importa. Y seguro que más de uno me agradece que te haga terminar, porque desde luego, cuando te pasas la noche dándole vueltas a la cabeza luego sueltas cada parrafada que...
Oh, vamos, si te estoy haciendo un favor. Tú no te atreves a decirlo en voz alta, así que ya lo hago yo por tí. ¡Y me lo agradeces estropeándome el final de esta manera!
Ey, ¿qué haces con esa piedra? ¡Muy violenta te veo para ser un hadita! ¡Vale, vale! Ya termino la historia.
Y he aquí la conclusión de una historia inacabada. Aunque claro, en el fondo ninguna historia tiene final hasta que la guadaña toca a sus personajes, lo que pasa es que no siempre nos cuentan toda la historia, solo una parte pues... ¡Vale, vale! ¡Ya paro!

miércoles, 24 de agosto de 2011

El príncipe feliz, de Oscar Wilde

Un cuentecillo de mi infancia que muchos conocerán y del cual anoche me acordé.

En la parte más alta de la ciudad, sobre una columna, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.
Estaba toda revestida de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.
Por todo lo cual era muy admirada.
-Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse la reputación de conocedor en el arte-. Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que lo tomaran por un hombre poco práctico. Cosa que realmente no era.
-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre a su hijito, que pedía la luna-. Él no hubiera nunca pensado en pedir nada a voz en grito.
-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.
-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños del hospicio al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.
-¿Cómo lo sabéis -replicaba el profesor de matemáticas- si no habéis visto nunca uno?
-¡Oh! Lo hemos visto en sueños -respondieron los niños.
Y el profesor de matemáticas fruncía el ceño, adoptando un aspecto severo, porque no podía aprobar que los niños se permitiesen soñar.
Una noche voló una golondrina sin descanso hacia la ciudad.
Seis semanas antes habían partido sus amigas hacia Egipto; pero ella se quedó atrás.
Estaba enamorada del más hermoso de los juncos.
Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.
-¿Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.
Y el Junco le hizo un profundo saludo.
Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con las alas y trazando estelas de plata.
Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el año.
-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia.
Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.
Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo.
Una vez que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a cansarse de su amante.
-No saber hablar -decía ella-. Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa.
Y realmente, cuando la brisa soplaba, el Junco multiplicaba sus más graciosas reverencias.
-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-. A mí me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.
-¿Quieres seguirme? -le preguntó por último la Golondrina al Junco.
Pero el Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.
-¡Te has burlado de mí! -le gritó la Golondrina al Junco.
Y la Golondrina se fue.
Voló durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.
-¿Dónde buscaré un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habrá echo preparativos para recibirme.
Entonces divisó la estatua sobre la columna.
-Voy a cobijarme allí -gritó-. El sitio es bonito. Hay
mucho aire fresco.
Y se dejó caer precisamente a los pies del Príncipe Feliz.
-Tengo una habitación dorada -se dijo quedamente, tras mirar entorno suyo.
Y se dispuso a dormir.
Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.
-¡Qué curioso! -exclamó-. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extraño. Al Junco le gustaba la lluvia; pero en él era puro egoísmo.
Entonces cayó una nueva gota.
-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea.
Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota.
La Golondrina miró hacia arriba y vio... ¡Ah, lo que vio!
Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.
Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la pequeña Golondrina sintióse llena de piedad.
-¿Quién sois? -preguntó.
-Soy el Príncipe Feliz.
-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina-. Me habéis empapado casi.
-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrima porque vivía en el palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor.
Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz, y realmente lo era, si es que el placer es la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.
<<¡Cómo! ¿No es de oro de buena ley?>>, pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.
-Allí abajo -continuó la estatua con su voz baja y musical-, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, mi pequeña Golondrina, ¿no quieres llevarle el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.
-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mis amigas revolotean de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está en su sepulcro de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como hojas secas.
-Golondrina, Golondrina, mi pequeña Golondrina -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!
-No creo que me agraden los niños -contestó la Golondrina-. El invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos maleducados, hijos del molinero, no paraban un momento de tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaron. Nosotras las golondrinas, volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una familia célebre por su agilidad; más, a pesar de todo, era una falta de respeto.
Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la pequeña Golondrina se quedó apenada.
-Mucho frío hace aquí -le dijo-, pero me quedaré una noche con vos y seré vuestra mensajera.
-Gracias, mi pequeña Golondrina -respondió el Príncipe.
Entonces la pequeña Golondrina arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y llevándolo en en el pico, voló sobre los tejados de las ciudad.
Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol blanco.
Pasó sobre el palacio real y oyó música de baile.
Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.
-¡Qué hermosas son las estrellas -le dijo- y qué poderosa es la fuerza del amor!
-Querría que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial -respondió ella-. He mandado bordar en él unas pasionarias, ¡pero son tan perezosas estas costureras!
Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el gueto y vio a los viejos judíos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.
Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de cansancio.
La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.
-¡Qué fresco más dulce siento! -murmuró el niño-. Debo estar mejor.
Y cayó en un delicioso sueño.
Entonces la Golondrina se dirigió a toda prisa hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.
-Es curioso -observó ella-, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho frío.
Y la pequeña Golondrina empezó a reflexionar hasta dormirse. Cuantas veces reflexionaba se dormía.
Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó un baño.
-¡Notable fenómeno! -exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente-. ¡Una golondrina en invierno!
Y escribió sobre el tema una larga carta a un periódico local.
Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras incomprensibles!
-Esta noche parto para Egipto -se decía la Golondrina.
Y solo de pensarlo se ponía muy alegre.
Visitó todos los monumentos públicos y descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia.
Por todas partes a dónde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:
-¡Notable extranjera!
Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.
-¿Tenéis algún encargo para Egipto? -le gritó-. Voy a emprender la marcha.
-Golondrina, Golondrina, mi pequeña Golondrina -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás otra noche conmigo?
-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mañana mis amigas volarán hacia la segunda catarata. Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A medio día, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los de la catarata.
-Golondrina, Golondrina, mi pequeña Golondrina -dijo el Príncipe-, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado en una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizado y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego alguno en el aposento y el hambre lo ha rendido.
-Me quedaré otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tenía realmente buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?
-¡Ay! No tengo más rubíes -dijo el Príncipe-. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y concluirá su obra.
-Amado Príncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso.
Y se puso a llorar.
-¡Golondrina, Golondrina, mi pequeña Golondrina! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te pido.
Entonces la Golondrina arrancó el ojo del príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La Golondrina entró en él como una flecha y se encontró en la habitación.
El joven tenía la cabeza hundida entre sus manos. No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado entre las violetas marchitas.
-Empiezo a ser estimado -exclamó-. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.
Y parecía completamente feliz.
Al día siguiente la Golondrina voló hacia el puerto.
Descansó sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.
-¡Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.
-¡Me voy a Egipto! -les gritó la Golondrina.
Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió junto al Príncipe Feliz.
-He venido para deciros adiós -le dijo.
-¡Golondrina, Golondrina, mi pequeña Golondrina! -exclamó el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo una noche más?
-Es invierno -replicó la Golondrina- y pronto estará aquí la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente los árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. La palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas piedras preciosas para sustituir las que disteis. El rubí será más rojo que una rosa roja y el zafiro tan azul como el océano.
-Allá abajo, en la plazoleta -contestó el Príncipe Feliz-, tiene su puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre no le pegará.
-Pasaré otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedaréis ciego del todo.
-¡Golondrina, Golondrina, mi pequeña Golondrina! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te mando.
Entonces la Golondrina voló hasta el ojo del Príncipe y emprendió el vuelo llevándoselo.
Se poso sobre el hombro de la vendedora de cerillas y deslizó la joya en la palma de su mano.
-¡Qué bonito pedazo de cristal! -exclamó la niña.
Y corrió a su casa muy alegre.
Entonces la Golondrina voló de nuevo junto al Príncipe.
-Ahora estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.
-No, mi pequeña Golondrina -dijo el pobre Príncipe-. Tienes que ir a Egipto.
-Me quedaré con vos para siempre -dijo la Golondrina.
Y se durmió entre los pies del Príncipe.
Al día siguiente se colocó sobre el hombro del Príncipe y le refirió lo que había visto en países extraños.
Le habló de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.
-Mi pequeña Golondrina -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso es aún lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterios más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, mi pequeña Golondrina, y dime lo que veas.
Entonces la pequeña Golondrina voló por la gran ciudad y vio a los ricos que festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.
Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras.
Bajo los arcos de un puente estaban dos niñitos abrazados el unos al otro para calentarse.
-¡Qué hambre tenemos! -decían.
-¡No se puede dormir aquí! -les gritó un guardia.
Y se alejaron bajo la lluvia.
Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había visto.
-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe-, despréndelo hoja por hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.
Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe se quedó sin brillo ni belleza.
Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas. Y rieron y jugaron por la calle.
-¡Ya tenemos pan! -gritaban.
Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo.
Las calles parecían empedradas en plata por lo que brillaban.
Largos carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.
La pobre Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe: lo amaba demasiado para hacerlo.
Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas.
Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo fuerzas más que para volar unas vez más sobre el hombro del Príncipe.
-¡Adiós, amado Príncipe! -murmuró-. Permitid que os bese en la mano.
-Me da mucha alegría que partas por fin hacia Egipto, Golondrina -dijo el Príncipe-. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.
-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a la morada de la Muerte. La muerte es hermana del sueño, ¿verdad?
Y besando al Príncipe en los labios, cayó muerta a sus pies.
En el mismo instante se oyó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo.
El hecho es que la coraza de plomo se había partido en dos. Realmente hacía un frío terrible.
A la mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad.
Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.
-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!
-¡Sí, está verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.
Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.
-El rubí de sus espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado -dijo el alcalde-. En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.
-¡Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los concejales.
-Y tiene a sus pies un pájaro muerto -prosiguió el alcalde-. Realmente habrá que promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.
Y el secretario del ayuntamiento tomó nota para aquella idea.
Entonces fue derribada la estatue del Príncipe Feliz.
-¡Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de estética de la universidad.
Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al concejo para decidir lo que debía hacerse con el metal.
-Podríamos -propuso- hacer otras estatua. La mía, por ejemplo.
-O la mía, dijo cada uno de los concejales.
Y acabaron discutiendo.
-¡Qué cosa más rara! -dijo el oficial primero de la fundición-. Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como deshecho.
Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en el que yacía muerta la Golondrina.
-Tráeme las dos cosas más bellas de la ciudad -dijo Dios a unos de sus ángeles.
Y el ángel le llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.
-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardín del paraíso este pájaro cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.

Y he aquí la causa de que me viniese a la memoria:


domingo, 21 de agosto de 2011

Un típico día de verano... y sus consecuencias convertidas en una nueva entrada para el blog

"Un típico día de verano...
Nuestra protagonista se ha despertado esta mañana y, tras remolonear un rato en la cama, se ha decidido a levantarse.
No ha sido hasta después de comer que se ha sentado frente al ordenador. ¿Qué ha hecho durante la mañana? No gran cosa. Escuchar música y poco más.
Al acomodarse sobre la silla y clickar sobre el icono de Google Chrome en absoluto tenía la intención de pasarse la tarde allí aposentada... aunque eso sea lo que finalmente le ha sucedido.
Guardaba la esperanza de que surgiese algún plan interesante. Pero nada. Nadie le ha dicho de quedar ni ha tenido mucho éxito intentando forjar el suyo propio.
Así que ahí terminará su tarde. En esa silla frente al ordenador, con el aire del ventilador alcanzándola de vez en cuando para su consuelo.
Pero en fin... No es más que otro típico día de verano... Quizás mañana nuestra protagonista tenga más suerte."

Creo que podría incluso hacer una encuesta para ver de cuánta gente ha sido esta la suerte... ¿Quién no ha sufrido un aburrido y agobiantemente caluroso día de verano como el descrito o similar?
Uhm... Pues últimamente he estado viendo un par de animes recomendados por una amiga.
Uno de ellos es Detroit Metal City.
"La historia cuenta las peripecias de Soichi Negishi, un chico tímido y edulcorado que viaja a Tokio con la ilusión de convertirse en un afamado cantante de pop sueco. Y, efectivamente, logra triunfar en el mundo de la música... como cantante y guitarrista del grupo de death metal DMC (Detroit Metal City). Y es así como comienzan las aventuras y desventuras de este joven que cuando está sobre el escenario se hace llamar Krauser II, alimentando sin pretenderlo todo tipo de absurdas, aberrantes y desternillantes historias sobre su vida y orígenes, nada que ver con la realidad. Aunque insiste en lo mucho que el mundo que rodea a Krauser II lo repulsa, con frecuencia parece sufrir un problemilla de doble personalidad que lo coloca en las situaciones más comprometidas, convirtiendo esta serie en un anime de humor absurdo genial para echar unas risas y pasar el rato, aunque no apto para las mentes más sensibles (cosa con la cual me da que los que se pasean por aquí no tendrán gran problema, para qué mentir)."

La otra serie es Uraboku (Uragiri wa Boku no Namae wo Shitteiru), la cual suele ser clasificada como yaoi, aunque lejos de ser el típico yaoi empalagoso, telenovelesco o/y casi pornográfico, resulta una historia entretenida, con sus misterios, tragedias y batallas cargadas de magia. Aunque, secundando la opinión de la amiga que me la recomendó, tal vez le falte algo de movimiento.
"Yuki, el protagonista, es un chico que se ha criado en el orfanato frente a cuyas puertas lo abandonaron al nacer. Justo cuando, debido a su edad, debe abandonar el orfanato, comienza a manifestar misteriosos poderes y hacen acto de presencia demonios que desean segar su vida. Por suerte no son los únicos en presentarse antes él, pues Luka y los misteriosos miembros del clan Giou, conformado por personas con poderes misteriosos que trabajan en parejas para derrotar a los demonio, le ofrecen unirse a ellos a cambio de ayuda, protección, y un lugar al que llamar hogar. Pero, por supuesto, la cosa no termina allí... ¿Qué son esos sueños que lo acosan y porque aparece Luka en ellos? ¿Por qué tiene la impresión de conocerlos desde hace tiempo? ¿Y porque es el único con el que Luka se muestra atento y amable?
Todas estas preguntas y otras tantas que van surgiendo hayan su respuesta a lo largo de los 24 capítulos que dura el anime."