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jueves, 1 de julio de 2010

Como Luna y Sol

Aquí os dejo otro relato de mi propia cosecha:

Dos muchachas caminaban cogidas del brazo junto al camino, descalzas sobre la yerba. Pasó por allí un muchacho que paró solo para contemplar su belleza.
Una tenía los cabellos largos y lisos hasta la cintura, del color de la noche sin luna, cuyo pálido mortecino parecía hacerse eco en la tez de la joven, destacando sobre su rostro de rasgos delicados unos grandes ojos azabaches. Era de talle frágil y delgado, un par de centímetros más baja que su acompañante. Lucía un vestido de gasa negra bordado con perlas, de media manga y ceñido bajo sus pequeños senos por una cinta plateada. Portaba una sombrilla de punto negro que tan solo la cubría a ella.
La otra muchacha, de rizos dorados que le caían hasta los hombros, era de tez bronceada y almendrados ojos ambarinos. Su figura, más fornida que la de su compañera, indicaban una excelente salud. Sus senos generosos se adivinaban a través del escote cuadrado de su vestido anaranjado, de largas y anchas mangas, bordado con hilos dorados y ceñido por un corpiño escarlata.
Ambas jóvenes se detuvieron, y el muchacho se supo descubierto al ver como lo contemplaban con senda sonrisa burlona en los labios la joven de rizos dorados, y lánguida la de cabellos de cuervo.
La respiración se le cortó al observar como la primera avanzaba unos pasos en su dirección.
-¿Quién de nosotras te parece más hermosa? - le preguntó ella para su sorpresa. Su voz era aguda y vivaracha.
-Yo...yo... - el joven apenas acertaba a responder- No sabría decir... Sois ambas preciosas... - se mordió la lengua sin entender muy bien lo que sucedía, sin comprender ese magnetismo hipnótico que parecía irradiar la muchacha, que casi habría jurado desprendía la luz del día que en verdad debía provenir del Sol.
La otra joven se aproximó a ellos y habló con voz suave y taimada.
- ¿Y a cuál de nosotras coronarías reina de la vida y de los hombres si se te encomendase la tarea?
Aquella pregunta descolocó al muchacho, que no salía de su estupor ante tan extraña conversación.
- No...No lo sé, no os conozco... - fue todo cuanto atinó a decir.
La joven del corpiño escarlata emitió una risilla divertida:
- Eso tiene solución -afirmó- Yo soy reina en un reino bendecido por las más fértiles tierras. Allí luce el Sol como en ningún otro sitio y no sufrímos las inclemencias del frío, pero el agua cada vez escasea más, y la amenaza de la sequía cierne su yerma mano sobre nuestras vidas. Las aves rapaces sobrevuelan nuestros cielos, el venado pasta a sus anchas y las gallinas ponen sus huevos sin temor a los predadores que en otros lares aprovechan el resguardo de la noche para hacer de ellos sus presas. En mi reino no hay tinieblas tras las que ocultarse...
- Porque la luz lo ciega todo - interrumpió su compañera - ¿Y qué necesidad hay de ocultarse entre tinieblas cuando el ciego no puede verte? Siempre hay cosas que es mejor que cubran las sombras. Mi reino tal vez no cuente con las tierras tan fértiles del suyo, pues el Sol no nos bendice con la misma gracia. Pero el agua surca las surca en abundancia, la Luna y sus mareas nos aseguran los tesoros del mar. Los buhos vigilan nuestros cielos, las cigarras nos regalan su melodía y las luciérnagas nos deleitan con sus danzas luminosas. El calor y el bochorno no perturban nuestros sueños...
- Y las sombras guarecen sabe quién qué horrores -fue esta vez la muchacha de dorados rizos quien interrumpió.
Ambas muchachas se taladraron con la mirada. El joven carraspeó en un intento por atraer su atención. Cuando lo hubo logrado habló en tono conciliador:
- Tal vez, en vez de discutir quién es la más hermosa o quién mejor reina, podrías aunar fuerzas.
Una tiene una tierra fértil bendecida por el Sol, pero este mismo hace escasear las aguas, que en el reino no tan fértil de la otra abundan.
- Pero ambas no podemos ser reinas de un mismo lugar - objetó la joven de rizos dorados.
- ¿Un mismo lugar? -el joven se mostró desconcertado- ¿Pero acaso no habeis hablado de reinos tan dispares como la noche y el día?
- La noche y el día -puntualizó la joven de ojos azabaches-, podrán ser distintos, pero siempre las verás en todas partes, en un mismo sitio a distintas horas.
- Pero... pero... - el confuso muchacho buscó las palabras que necesitaba- Pero hablábamos de reinos tangibles, no de la noche y el día...
- ¿Y el Sol y la Luna? -dijo la joven de embarinos ijos- ¿Te parecen poco tangibles? ¿O acaso te sería necesario abrasarte al tocar el Sol, como un pobre Icaro, para considerarlo así?
¿Se burlaban de él? El joven ya no entendía nada. ¿Qué pretendían aquellas muchachas?
- Nos aburres - sentenció la muchacha de ojos azabaches- No es probable lograr hacer entender a alguien que no quiere.
Y ambas muchachas marcharon hasta perderse en la distancia, dejando allí a un joven que incapaz de apartar la vista de su belleza, que desde aquel momento, junto a sus palabras, quedaría grabada a fuego en su memoria.
Así, desde entonces y hasta el día de su muerte, el joven, que se volvió hombre, y llegó a anciano, dió vueltas en su cabeza a una única pregunta:
¿Acaso podrían el día y la noche vivir la una sin la otra, a pesar de mostrarse tan distintas?

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